DANIEL MEDVEDOV

Encontré un verdadero personaje renacentista estos días, una agradable sorpresa en los días que corren...un ser sublime que espero sea buscado y encontrado. Trascribo unos trechos de su entrevista a Lucho Casanova en Vienna:

.: No tengo mucho, ni nada que decir a mi favor, para ser conocido, o desconocido, cosa que me tiene sin cuidado. 

Ahora bien, si desean saber algo de mi, mucho no me aprovecha, pues el que te conozcan no redunda en tu beneficio, ni en nada crece tu valor y compostura. Soy un ilustre desconocido, diría Cyrano de Bergerac en su visita a los Imperios del Sol y de la Luna. En Viena tampoco conocerán a mis maestros y poco tendré yo en más, para pretender que me conozcan a mi antes que a ellos. 

Luego, no soy de aquellos que se honran con la fama de sus familiares, y pretendo hacer por mi mismo lo que me apetece hacer y enseñar. Muchos de los que han frecuentado mis charlas me han solicitado ser su maestro y como tal los he aceptado bajo la figura tradicional del discipulado.

Para un buscador existen distintos tipos de guías: monitores, instructores, tutores, ductores, baquianos, profesores, mentores y maestros. Me da igual como me nombren o consideren los demás.

En principio, soy como un tablero de ajedrez, no soy una pieza, ni un trebejo, no soy caballo, ni alfil, ni rey, ni peón, soy el tablero.

 P.: ¿Usted es maestro de qué cosas?

R.: Ser maestro no es un grado, ni una categoría, es un oficio y una cualidad, como por ejemplo la cualidad de ser padre. 

Aunque tengas un solo hijo, o cien, ello no aumenta el valor de tu paternidad.

P.: ¿Qué sabe?

R.: He llegado a saber por gracia, pues el saber no se alcanza con el estudio, ni con la lectura de libros, ni con los viajes, ni con la edad.

A menudo, la gente confunde el saber con el conocimiento.

Mi saber no puede ser transmitido, pero si evocado y sugerido, como las metáforas, y los mitos. Si alguien tiene la dicha de entender, se debe sentir muy afortunado. Entre un sabio y un necio hay algo que los lógicos definen con la sigla D.A.N. – diferencias apenas notables.

 P.: ¿Qué enseña?

R.: De pronto, diría que enseño TAI CHI CHUAN, una técnica, un arte y una ciencia milenaria, recibida por vía tradicional de maestros entendidos en tales cosas. Pero mi Tai Chi se llama PACHIPAKUATAICHI, pues es una combinación de tres modos de manifestación de la energía:

lo fluido (TAI CHI), lo giratorio (PA KUA) y lo explosivo (PA CHI).

Cada persona debería estudiar su cuerpo y prestar atención a la respiración, a la postura, a los gestos, al equilibrio y al balance, a la orientación, a la polarización, a la concentración.

P.: Nos puede hablar algo de su Curriculum Vitae?

  

R.: Un Maestro no tiene curriculum. Si lo tuviera sería un disparate. Ahora bien, quien desea conocerlo, debe investigar sus pasos. Un maestro es como un Rey, no necesita de una corona. Es la corona la que necesita de un Rey.

P.: ¿No le parece que sus palabras son algo arrogantes?

R.: Me tiene sin cuidado el parecer de los demás. Este es el primer signo de la madurez de una persona. Luego de madurar, el individuo necesita ser independiente y por último, sentirse realizado. 

Esto último consiste en estar contento con quien es, estar contento con lo que hace, y estar contento con lo que tiene. Si alguien se siente realizado, nadie puede decir lo contrario, ni  tiene derecho de hacerlo, pues desconoce profundamente las razones de ello.

P.: ¿Qué puede decir para que la gente se interese en conocerlo y estudiar con usted?

R.: Yo no busco alumnos, ni discípulos, ni estudiantes. Son ellos quienes deben buscarme a mi. Si no lo hacen, a mal haya.

Me da igual, pues  así, holgando solo, me cansaré menos y gastaré menos de mi precioso tiempo.

P.: Sus palabras nos ponen en un cierto aprieto, pues no sabemos si son irónicas o verdaderas. ¿No teme ser mal interpretado?

R.: Ciertamente, no me importa ser mal interpretado, lo que a menudo ocurre con la gente como yo.

Lo que me importa que yo mismo interprete con veracidad y cabalidad a los demás, y no cómo los demás me interpretan a mi.

P.: Para terminar, ¿Tendría algo que decir a su favor?

R.: Yo también terminaría, y lo hago con un poema inglés del absurdo, uno de aquellos versos de Edward Lear, el maestro del nonsense:

Había un hombre en Viena

Desconocido,

Como los perros callejeros.

Un día llegó viajando,

A la Gran Plaza de Siena,

Y ladró,

Mirando fijo a la Luna llena,

Pues era un Lobo salvaje

Conocido sólo por los caballeros.