ESTO MATARÁ AQUELLO
jueves, 30 de julio de 2009
En Notre Dame de París, la novela histórica escrita por Víctor Hugo entre abril de 1830 y enero de 1831, Claude Frollo, archidiácono de la catedral, expresó el espanto que experimentaba ante la aparición de la imprenta. “Esto matará a aquello”, dice Frollo en 1482, y agrega: “la imprenta matará a la arquitectura”.
Frollo asistía al desencadenamiento de un proceso gradual de sustitución de la palabra hablada por la palabra escrita, de la lectura pública y colectiva hecha desde el púlpito por la práctica de la lectura privada e individual que el libro impreso posibilitaba. Veía como en ese proceso la imprenta haría sucumbir a la Iglesia. En síntesis, como un poder iba a suceder a otro poder.
En efecto, hasta Gutenberg la arquitectura había sido el gran libro de la humanidad. La pintura, la escultura y la arquitectura constituían los grandes textos de la Edad Media. La catedral era un gran libro de piedra que, destinado a las mayorías ágrafas, debía contarlo y explicarlo todo: “los pueblos de la tierra, las artes y los oficios, los días del año, las estaciones de siembra y cosecha, los misterios de la fe, los episodios de la historia sagrada y profana, y la vida de los santos, los grandes modelos de conducta”.
Emilia Ferreiro destacó, en 'Pasado y presente de los verbos leer y escribir', que hubo una época en que la escritura y la lectura eran actividades profesionales y que todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación. Mientras la lectura y la escritura fueron una competencia reservada a unos pocos, la tecnología de comunicación de masas se había basado en el empleo de imágenes. Por esta razón, en el año 1025 en el sínodo de Arras, se había establecido que los que los simples no podían captar a través de la escritura, debía serles enseñado a través de las imágenes.
“El fin de la pintura, (dice Honorio de Autum, como buen enciclopedista que reflexiona sobre la sensibilidad de su tiempo), es triple: sirve, ante todo, para embellecer la casa de Dios (ut domus tali decore ornetur), para traer a la memoria la vida de los santos y, por último, para delectación de los incultos, dado que la pintura es la literatura de los laicos. Pictura est laicorum literatura”.
El Papa Gregorio IX -el mismo que el 13 de abril de 1231 concedió la Bula de creación a la Universidad de París-, confirmó esta concepción:
“En las iglesias se hace uso de la representación pictórica por esta razón: para que los que no conocen las letras puedan al menos leer mirando a las paredes lo que no son capaces de leer en los libros. A fin de que los analfabetos dispongan de medios para alcanzar cierto conocimiento de de la historia [...]. Ya que lo que la escritura ofrece a los lectores, la pintura representa a la contemplación de los ignorantes, para que también ellos cuenten con modelos a seguir. Así leen los analfabetos. Por eso [...] una pintura es el sustituto de la lectura.”
El bestiario medieval expresado por la pintura y, fundamentalmente, por la escultura, tenía como función primaria la evocación. Pero la imprenta impulsó un proceso gradual de sustitución de esa función, originalmente a cargo de la arquitectura concebida como obra de arte total, sustituyendo el libro de piedra por el libro impreso en soporte papel. A partir de ese momento, se inicia un proceso de esencialización de la arquitectura.
Si la arquitectura fue el gran libro de la humanidad, y la Edad Media escribió su última página, el libro impreso la relevó de esa función. Pero la historia no termina ahí.
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1 comentarios:
Ahora es: "La computadora matara la imprenta"
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