EL VIEJO HEINZELL YA NO SUEÑA EL INFINITO II
lunes, 23 de febrero de 2009
Hainzell aprendió -con dificultad y temor- el infinitismo de Bruno, que lo aprendió - con júbilo y furor- en Lucrécio, que lo aprendió – con desespero y melancolía – en los Pre-socráticos.
Giordano Bruno se transfiguraba al criticar el quinto elemento de los Peripatéticos, al rehusar los epiciclos y al defender el Infinito, a tal punto que el salón parecía iluminar-se con sus palabras de fuego, con la misma energía de las estrellas, de que depende la combinación de los elementos.
Hainzell imaginaba el proceso de la Scintilla como algo que podría ser obtenido a través de la extracción del Mercurio como le confirmara Bruno al recomendarle el Theatrum Chimicum.
Si llegara à Scintilla, podría comprobar las teorías del Nolano y liberarse completamente del geocentrismo, conocer verdaderamente los planetas y los mundos plurales y destruir, al final, como lo hiciera Bruno, las superficies cóncavas y convexas, las esferas móviles y las estrellas fijas, la quintaesencia y los motores, los limites del cielo y las murallas adamantinas del Primum Mobile.
Pasadas 17 semanas Bruno despidió-se de su anfitrión revelando-le Arcanos de alto valor, y regresó à Venecia donde seria encarcelado por el Santo Oficio.
Hainzell empezó a reflexionar sobre el significado de la Scintilla Stellaris Esentiae, de la cual se originam los 4 elementos en sus poderosas combinaciones. Bruno le diera un Tesoro.
Se puso a trabajar evocando las palabras de la Tabla esmeraldina: lo que está arriba es semejante al que esta abajo y lo que esta abajo semejante al que esta arriba. Pasó días y días sin comer y sin salir del antro; los ojos hondos, el aire distante.
Ya no le interesaba mas la casa, que dejara de representar el verdadero Universo. Mejor abandonarla. No había tiempo para nada que no fuera la Scintilla.
Consultó la Clavis universal de Llull y siguió los pasos concernientes à la preparación del mercurio sirviendo-se también de viejos apuntes de Martinus.
Preparó la luna copelada para calcinarla en plancha de pórfiro. Embebió el polvo con aceite y tártaro y le dejó secar durante tres días. Tornó a pulverizarlo sobre el pórfiro entornando-lo en seguida en una retorta de boca larga donde había un menstruo, hecho con dos partes de vitriolo rojo y otra de salitre, al cual adjuntó azul de Tracia. Decantó siete veces el menstruo y volvió a calentarlo más siete en una vajilla de barro bien cocida y bien vidriada, hasta que el prodigio empezó a ocurrir – y aquí necesito de las palabras abismales de Nicolás De Cusa, de la poesía de Bonaventura y de la grandeza de Paracelso para traducir el inusitado poder de la Scintilla.
Miles y miles de glóbulos de mercurio se desprendieran de la vajilla de barro y empezaron a formar un solo glóbulo, fluctuante, ligeramente mayor que los demás, cuando Hainzell percibió el sí-mismo, y lo que vio – como decirlo?- fue el espasmo del Universo, continentes nuevos y perdidos, mares y desiertos, laberintos de caminos y de casas cortados por un río(era Florencia y el Arno), vio los primeros fulgores de la Aurora Boreal y la espantosa revolución de la Tierra, las estrellas de Orión y las lunas de Júpiter, vio el Libro de Dios cuyas páginas, dispersas en el tiempo aparecen ordenadas por el Autor, y las pirámides de Egipto y la sonrisa de Beatriz, la muerte de Bruno y la piedra, el misterio de los Lirios, madrugadas y océanos, la queda de Bizancio y el tigre de Blake, las minas de Potosí y los monjes del Tíbet, vio el abismo del tiempo y la caducidad de las cosas, las abejas de Maeterlink, los Sertoes de Euclides y el espacio de Lobachévski, el infinitamente pequeño y el infinitamente grande, vio más de mil soles y la inmensa claridad de los astros, scintillas que explotaban como antorchas en un eterno mediodía.
No resistió a tanta luz y cayó fulminado.
No sabemos cuantas horas o días permaneció inconsciente, si le prestaron auxilio. Desde entonces, según afirman las crónicas, Hainzell jamás dijo una sola palabra, abandonó su propia casa, su fortuna y el laboratorio y pasó a vivir solitario, sobre los árboles, con sus ojos habitados por las sombras, él, que ya no soñaba el infinito porque se aprisionara en sus telas inefables, en su laberinto de luz…
Giordano Bruno se transfiguraba al criticar el quinto elemento de los Peripatéticos, al rehusar los epiciclos y al defender el Infinito, a tal punto que el salón parecía iluminar-se con sus palabras de fuego, con la misma energía de las estrellas, de que depende la combinación de los elementos.
Hainzell imaginaba el proceso de la Scintilla como algo que podría ser obtenido a través de la extracción del Mercurio como le confirmara Bruno al recomendarle el Theatrum Chimicum.
Si llegara à Scintilla, podría comprobar las teorías del Nolano y liberarse completamente del geocentrismo, conocer verdaderamente los planetas y los mundos plurales y destruir, al final, como lo hiciera Bruno, las superficies cóncavas y convexas, las esferas móviles y las estrellas fijas, la quintaesencia y los motores, los limites del cielo y las murallas adamantinas del Primum Mobile.
Pasadas 17 semanas Bruno despidió-se de su anfitrión revelando-le Arcanos de alto valor, y regresó à Venecia donde seria encarcelado por el Santo Oficio.
Hainzell empezó a reflexionar sobre el significado de la Scintilla Stellaris Esentiae, de la cual se originam los 4 elementos en sus poderosas combinaciones. Bruno le diera un Tesoro.
Se puso a trabajar evocando las palabras de la Tabla esmeraldina: lo que está arriba es semejante al que esta abajo y lo que esta abajo semejante al que esta arriba. Pasó días y días sin comer y sin salir del antro; los ojos hondos, el aire distante.
Ya no le interesaba mas la casa, que dejara de representar el verdadero Universo. Mejor abandonarla. No había tiempo para nada que no fuera la Scintilla.
Consultó la Clavis universal de Llull y siguió los pasos concernientes à la preparación del mercurio sirviendo-se también de viejos apuntes de Martinus.
Preparó la luna copelada para calcinarla en plancha de pórfiro. Embebió el polvo con aceite y tártaro y le dejó secar durante tres días. Tornó a pulverizarlo sobre el pórfiro entornando-lo en seguida en una retorta de boca larga donde había un menstruo, hecho con dos partes de vitriolo rojo y otra de salitre, al cual adjuntó azul de Tracia. Decantó siete veces el menstruo y volvió a calentarlo más siete en una vajilla de barro bien cocida y bien vidriada, hasta que el prodigio empezó a ocurrir – y aquí necesito de las palabras abismales de Nicolás De Cusa, de la poesía de Bonaventura y de la grandeza de Paracelso para traducir el inusitado poder de la Scintilla.
Miles y miles de glóbulos de mercurio se desprendieran de la vajilla de barro y empezaron a formar un solo glóbulo, fluctuante, ligeramente mayor que los demás, cuando Hainzell percibió el sí-mismo, y lo que vio – como decirlo?- fue el espasmo del Universo, continentes nuevos y perdidos, mares y desiertos, laberintos de caminos y de casas cortados por un río(era Florencia y el Arno), vio los primeros fulgores de la Aurora Boreal y la espantosa revolución de la Tierra, las estrellas de Orión y las lunas de Júpiter, vio el Libro de Dios cuyas páginas, dispersas en el tiempo aparecen ordenadas por el Autor, y las pirámides de Egipto y la sonrisa de Beatriz, la muerte de Bruno y la piedra, el misterio de los Lirios, madrugadas y océanos, la queda de Bizancio y el tigre de Blake, las minas de Potosí y los monjes del Tíbet, vio el abismo del tiempo y la caducidad de las cosas, las abejas de Maeterlink, los Sertoes de Euclides y el espacio de Lobachévski, el infinitamente pequeño y el infinitamente grande, vio más de mil soles y la inmensa claridad de los astros, scintillas que explotaban como antorchas en un eterno mediodía.
No resistió a tanta luz y cayó fulminado.
No sabemos cuantas horas o días permaneció inconsciente, si le prestaron auxilio. Desde entonces, según afirman las crónicas, Hainzell jamás dijo una sola palabra, abandonó su propia casa, su fortuna y el laboratorio y pasó a vivir solitario, sobre los árboles, con sus ojos habitados por las sombras, él, que ya no soñaba el infinito porque se aprisionara en sus telas inefables, en su laberinto de luz…
Material protegido por derechos de autor, spiritu peregrino, from cilea dourado.
0 comentarios:
Publicar un comentario